Punto de Vista. Reconocer no es conformarse. El cuento de hoy. De la serie cuentos variados. Les cuento, de esto han pasado varios años, les puedo decir más de 60. Ahora es el momento para escribir. Es decir la historia de Anavén y “Juanci el fiñe”. Compartíamos el barrio, el fiñe había nacido después de Ana la isleñita. Ella había dejado la escuela pública y el permanecía en los primeros grados. Ella hija de un isleño asentado en el barrio y una hermosa mulata llegada de la región oriental. La niñez como todas y propia de un poblado de campo en el que en cualquier esquina hay un solar vacío propio para un juego muy popular en la adolescencia temprana, “el chucho escondido “, tal vez alguno de los seguidores de la página lo jugó. La madre de Anita, decidió regresar a su tierra y la niña quedó al amparo de los abuelos, fue creciendo y ya una adolescente con buenas condiciones físicas, los vecinos la nombraban Ana, y algunas personas mayores decían, que lástima. Se sabe cómo somos los muchachos al escuchar o ver a los más mayorcitos, la llamaban como !Anavén! Enseguida se fue corriendo el nombre y se quedara así. Ella siempre respondía a los más grandes y los más pequeños incluyendo a “Juanci el fiñe” le llamaban Anavén, pero se hacia la que no escuchaba. El fiñe insistía, pero nunca le hizo caso, y mira que al atardecer de cada día jugaban en el solar. Un día de tanto insistirle agarra a Juanci por el cinto, lo halaba y miraba hacia adentro. —Deja ver—, vez?, no tienes ni un pelo. Avísame cuando te salgan. Le dijo que esperara y la faltaba como un año, ella sabía de eso. Le dijo que le gustaba los más grandes, que tienen con qué y saben qué hacer. —mira fiñe, no estoy para cambiar culeros—. Por su parte Juanci esperaba pacientemente a cumplir el nuevo año. Llegó el día esperado, Ahora cuando le diga “Anavén “va a venir conmigo como con los grandes. Al fin la llamó, lo mira loca de risa, se le acercó, el fiñe temblaba de emoción, al fin cumpliría sus sueños. Lo hala por el cinto, hizo como que miraba, ”ves nada todavía “. —Es verdad pero tú me dijiste que en mi cumpleaños—. Te dije que no me gusta poner pañales. . . ponte a jugar a las casitas y sigue escondiendo el chucho. Juanci el fiñe, la llamaba insistente cuando la veía pasar. Ella reía, tú sabes que no me gusta poner pañales. Era cierto, no tenía pelos, pero se sentía con derecho, sentía como los mayores cuando una mujer le gusta. Oye Anavén, no tengo como tú dices, pero mira como estoy, ella iba riéndose y no lo escuchaba. Anavén junto a otros adolescentes frecuentaba la poza de las pomarrosas, el fiñe se entera y allá se dirige. De nuevo otro cumpleaños y Juanci fue a la poza una vez más por ver si la veía, le reclamaría lo prometido y celebraría su nuevo año. En medio del alboroto de los bañistas de la poza, el fiñe se quita el short de bañarse, y decidido- Anavén, ya soy un hombre, en mi familia todos somos lampiños!
Pasados los
años, ella tramitó los papeles y se convierte en ciudadana española, va al
encuentro de la familia española, regresa al barrio donde nació, ya el fiñe era
el señor Juan, ella lo invita a visitar la poza de las pomarrosas. Pero ya ha
dejado de existir. Le dice: -fiñe como te hice sufrir, ahora en premio te vas
conmigo para Tenerife.