Punto de Vista. Reconocer no es conformarse. El Cuento de hoy. Los días previos al 26 de julio de 1959, fueron de preparación para realizar la primera concentración nacional por las efemérides. Miles y miles de campesinos-milicianos se encontrarán en la capital, donde una caravana de jinetes a caballo desfilarán en el multitudinario encuentro. Desde Cabaiguán como de todo el país y por diferentes medios serán recibidos por los habaneros quienes ante el llamado de los principales líderes bajo la consigna de alojar un hermano del campo, llevarán hasta el hogar un campesino-miliciano al que por hospitalidad atenderá hasta después del acto y regresen a sus territorios.
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26 de julio en La Habana de 1959 |
Bajo esas circunstancias, como los miles restantes, Abundio un campesino isleño que no tenía ni idea de la capital es recibido en el hogar de un matrimonio formado por un señor jubilado y la esposa empleada en un comercio, mucho más joven, me contaba Abundio que parecía su hija. Al dar la bienvenida al campesino-miliciano, que vestía camisa de mezclilla y pantalón olivo del uniforme, sombrero de yarey al estilo mambí y por supuesto el machete collin en vaina de cuero al cinto. —Debe estar cansado, de un viaje tan lejos y sin comodidad—así mismo, ese tren de Cabaiguán aquí desde ayer de mañana y toda la noche sin pegar un ojo y sin comer.
—No se
ocupe, dice la mujer, ahora llega a la casa, se baña, come algo y a descansar,
se pone la ropa de dormir de Paco y le lavo el uniforme, siéntase como en su casa.
Verá que lo pasa bien y mañana temprano a la Plaza. En poco rato ya en plena
confianza, se habla de la tierra de los “verracos”, del tabaco y lo buena de
las tierras por allá, se averigua por un pariente de Paco en Sancti Spíritus y
de la familia de la Sra de Oriente que llegaron los primeros días del año con
un tío combatiente del Ejército Rebelde que vino en la Caravana de la libertad
y se pusieron dichosos de coger una buena casa en el Vedado de unas personas
que abandonaron el país, en la calle 23, a pocas cuadras del que se llama ahora
“Habana Libre”. Ahí se conocieron ella y Paco, empleado de un banco, y un
poquito de más edad.
Para Abundio el primer día en la Habana fue de
maravilla. A decir verdad asustado por el cambio de monte adentro a la
capital.—oigan qué clase de presa esa que vi ayer cuando llegué—. ( se refería
al malecón). Se veía extraño con esa ropa de dormir. Al amanecer, el
campesino—miliciano con el uniforme planchado y perfumado .Al regreso del acto,
contando que hasta se subió en un poste para ver a los líderes de la
Revolución. De nuevo el baño, la comida y el descanso y en la noche al cine. Al
día siguiente “andar la Habana”, al otro día a coger la Estrella de Guanabo, y
Abundio en la Playa. Así un día tras otro hasta el séptimo día. Se le había
olvidado que al día siguiente del acto, saldría el tren para las provincias
orientales y tenía que regresar a Cabaiguán, se sentía tan bien en Casa de Paco
y Mima que ni de la familia se acordaba. Por acá por Cabaiguán la familia
averigua con los demás campesinos por Abundio, preguntan a los organizadores de
los milicianos y nadie lo había visto. Mientras en la casa del matrimonio de
Paco y Mima se realizaba el almuerzo de despedida, las invitaciones recíprocas
y el intercambio de regalos, Mima recibe el sombrero mambí, Paco el uniforme de
miliciano con el par de botas incluido. A la vez Abundio se hacía dueño de la
ropa de dormir, del short que uso en Guanabo y la camisa a cuadros y el
pantalón de gabardina azul, usado por Paco en el banco, Mima le regaló una
gorra roja fosforescente, Paco le ofrece 20 pesos para el viaje. La pareja
insiste en acompañar hasta la terminal de ferrocarril pero la mujer debe ir al
trabajo. Paco le indica que en el Hotel hay una parada de guaguas y una de
ellas lo deja en el tren. Abundio en una semana se creía que conocía la Habana,
nunca salió solo. Ya en la parada, diferentes rutas o destinos, el hombre no
sabía leer. Se detiene un ómnibus, Abundio lo aborda— Cuánto es?.— 20 centavos.
No yo digo hasta Cabaiguán. —si 20 centavos igual— responde el conductor.
Observa con interés el recorrido y se fija en cada detalle cuando los viajeros
dejan la guagua. La ruta toma el malecón dobla y se incorpora a la derecha, El
conductor anunció la parada: San Lázaro, y frente a la iglesia se baja un padre
cura. Continúa el rumbo por Belascoain, al llegar a Carlos III, valla Carlos
III rayitas, tres hombres descienden y Abundio que viaja en el asiento atrás
del chofer se da cuenta y piensa, este hombre conoce a todo el mundo y sabe
para donde van. El giro a la izquierda y frente a la parada de la iglesia dice:
Reina y una hermosa muchacha baja del ómnibus. Entonces se da cuenta de que a
él no lo conocen, se pone de pie toca al chofer por el hombro y le dice: amigo,
mi nombre es Abundio el isleño de Cabaiguán. —y qué me dice con eso?.—. Na, pa
que me llame cuando me toque bajarme!... Al final del recorrido, justo en la
acera frente a la terminal de ferrocarril. — caballero, hasta aquí, todos a
bajarse. Abundio tomó el maletín que le habían regalado, mira por las rejas y
ahí varios coches de un tren. Cruza el andén, ve un coche con la puerta
abierta, sube y se acomoda en un asiento. La ferromoza en recorrido de rutina
previo a la salida del tren, se le acercó; —mire compañera si cuando el tren
llegue a Cabaiguán, “el pueblo de los verracos, estoy dormido me llama “.— no se
preocupe, eso no va a pasar, ahora llamo al policía y el se encarga de que no
se duerma.
Más
explicaciones, mas enredos, el creía que por haber estado en el acto del 26,
podía irse en cualquier tren.
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En la ilustración vestido de miliciano y sombrero cuando llegó a la Habana el dia antes de la celebración del 26 de julio y cuando regresó a Cabaiguán una semana después. |
Así me lo
contó tiempo después, cuando de maestro este autor comentaba sobre sus estudios
en la Habana después de la alfabetización. Y Abundio le hacía saber de esas
peripecias. Al final comentó, no supe si Mima quedó preñada y tendré un hijo o
una hija en la Habana.